Roraima, o “Roroima”, como también se le conoce, es uno de los principales tepuyes que se alza en el Parque Nacional de Canaima. Su nombre, de acuerdo a los indios pemones, significaría “Madre de las Aguas”, quizá porque desde su cima, a más de 2,000 metros de altura, caen varias cascadas. Es un lugar muy antiguo, que se remonta a los tiempos de Pangea, el continente global que luego se fraccionó para dejar al mundo tal y como lo conocemos. Varios científicos piensan que Roraima fue un punto de la “fractura”, remontándose al Precámbrico, es decir, hace unos 2,000 millones de años. Es uno de los lugares geológicamente más antiguos del planeta.
Su figura imponente y el ecosistema que le rodea inspiraron a Sir Arthur Conan Doyle para escribir su clásica novela de aventuras “Mundo Perdido” (1912). Y el lugar no dista mucho de lo que Doyle creyó ver en él: es un enclave sumamente misterioso. No hacen falta los dinosaurios que creó el escritor británico para impresionarse con Roraima. Su figura, como la de su “hermano” Kukenán, llaman la atención en medio de la selva venezolana. Esta lleno de cascadas, cuevas, cristales de cuarzo y, como era de esperarse, de constantes avistamientos de ovnis. Roberto Marrero nos confirmó todo ello, situación que le motivó a trazar un mapa que describiera los puntos de mayor incidencia de avistamientos en toda la gran sabana y los tepuyes. A través de nuestra amiga Carmencita Padrón, una reconocida actriz venezolana de telenovelas, que trabajó también en su momento en conocidas producciones en Perú (“Saña”), el “mapa” de Marrero llegó a manos del periodista español Juan José Benítez, quien se interesó mucho en visitar la zona. Allí nos enteramos que nuestros amigos Alberto y Priscila de los grupos de Miami, y nuestra querida Juani de Santos de Lima, habían estado hacía sólo un mes en el lugar recorriendo la Gran Sábana. Lo hicieron por intermedio de Marrero. Nosotros, por alguna razón, terminamos también con él.
Marrero es un estudioso del tema ovni desde hace muchos años, y ha venido recopilando información sobre Roraima y los fenómenos que allí se han suscitado. Entre ellos, uno de lo más inquietantes involucra a un indio pemón que afirmó haber sido “llevado” por un objeto de “cristal”, tripulado por seres altos, de rasgos bellos y cabellos largos. Aquellos seres le condujeron al interior de los tepuyes, mostrándole importantes bases subterráneas que debían mantenerse ajenas de la mirada curiosa del hombre de superficie. Si la experiencia fue auténtica, tiene su sentido que el depositario del mensaje sea un indio pemón, quienes actúan de guardianes de los tepuyes.
Los tepuyes son mesetas extremadamente abruptas, con paredes verticales y cimas prácticamente planas. Aunque se encuentran en toda el área que comprende la frontera norte del río Amazonas y el Orinoco, Roraima y Kukenán en Venezuela son los más famosos. Los pemones los observan con respeto. ¿Realmente un indio fue llevado en una nave no humana al interior de ellos? Al menos, ése es su testimonio, que parece estar avalado por una importante presencia de “luces” que se suelen ver en el lugar.
En honor a la verdad, en la medida en que uno se va acercando a Roraima se experimenta una extraña sensación que va más allá de la belleza del paisaje y de cualquier predisposición. Se trata de una energía que se siente. Inevitablemente, me recuerda otros enclaves que visité, como Mount Shasta en California, el Mecanto de las selvas de Paititi o el propio Lago Titicaca. Todos ellos lugares que, también, tendrían uno de aquellos discos de poder que protege la Hermandad Blanca.
Toda nuestra experiencia en aquellos sagrados lugares, tanto a nivel físico como espiritual, fue de mucha ayuda para sobrellevar bien el viaje y adaptarnos a la caminata y al ascenso. Por momentos era como estar en las selvas de Paititi. La parte final como el ascenso a Marcahuasi, aunque con menor altura que los andes peruanos, pero no menos exigente. Y allá arriba, en alto del tepuy, tendríamos elementos que nos harían recordar nuestra expedición a la Cueva de los tayos. Al igual que el enclave de Ecuador, Roraima está íntimamente conecta al mundo subterráneo. No sólo por la formación geológica que ha creado grandes cavidades en su interior, sino por la existencia de seres que protegen esos túneles y que, a decir de los indios pemones, eventualmente asisten a los exploradores extraviados…
Finalmente, luego de un ascenso empinado, llegamos al “paso de las lágrimas”, un área peligrosa debido al agua que cae, con fuerza, desde dos pequeñas cascadas del Roraima. Como es de suponer, esto hace del sendero una trampa perfecta para el caminante desprevenido, que puede resbalar y lastimarse.
Es como subir por una suerte de rampa pedregosa, accidentada y siempre en ascenso, por momentos definida sobre “peldaños de piedra”, pero en la mayor parte del trayecto una huella en ruinas que exige de la ayuda de las manos para asirse de alguna rama de árbol o roca. Pero lo sorteamos muy bien. Y lo disfrutamos. Empapados, luego de pasar por esta verdadera purificación ―y necesitábamos urgente una ducha― arribamos a la meseta del gran tepuy, una imagen alucinante que me hizo viajar rápidamente a Marcahuasi en Perú, pues el panorama allí en lo alto, gigante, rocoso, y misterioso, es escandalosamente similar: formas caprichosas en las rocas debido a la erosión, el color de la piedra, el cielo, la energía, todo, me hacía viajar a ese lugar maravilloso en los Andes que tantas experiencias de contacto nos entregó. Fue una bella sensación hallar un escenario tan parecido, aunque mucho más impresionante en dimensiones. Roraima es un lugar muy antiguo. Como decía, evoca a Pangea, el primer continente, pues de allí se “fragmentó”. Es una zona antiquísima que encierra muchos secretos. Como si se tratase de una torre, Roraima actúa como puesto de observación al alzarse a casi 2,800 metros, siendo el punto más alto en un radio de 549,44 kilómetros. La vista que tenemos desde allí de la gran sabana es impagable. Valió la pena subir con nuestras pesadas mochilas a este “altar de los dioses”.
En nuestra aventura íbamos acompañados de tres indios pemones, expertos conocedores de los tepuyes y sus recovecos. Solo hablaban inglés, pues venían de la Guyana para trabajar como porteadores en el lado venezolano, donde su etnia también se encuentra. Debo decir que nos tocó el grupo pemón más místico y especial que podríamos haber deseado.
Secretos del Roraima
Marrero nos había hablado de las luces que se ven en el lugar,
recorriendo el hermoso cielo estrellado de aquellas latitudes y, a
veces, descendiendo para pasar entre los dos tepuyes. Para los indios,
ambos representan energías distintas. Kukenán, sería el lado masculino
del lugar, y Roraima, asociada al agua y la purificación, el aspecto
femenino, la madre y el origen. Charlando con los pemones constatamos
que ellos habían sido testigos de estos avistamientos de ovnis…Ellos tienen un gran respeto y admiración por Roraima, pero también una especie de temor por su tepuy gemelo que casi nadie se atreve a subir: el Kukenán. ¿Por qué? Algunos piensan que en ese tepuy se dieron acontecimientos trágicos, como la muerte de indios guerreros en tiempos pasados que preferían arrojarse desde lo alto del Kukenán a seguir viviendo luego de haber perdido una batalla. Supuestamente, se suicidaban por honor. Sin embargo otras leyendas dicen que ese tepuy “mató” en el pasado a los indios. Algunos de estos relatos dicen que una bestia o monstruo de aspecto reptil devoraba a los hombres, mujeres y niños, hasta que recibieron ayuda del cielo y del Roraima para “atraparlo” en una piedra, y encerrarlo en el Kukenán. Desde entonces, nadie va a inquietar al tepuy, salvo algún alma valiente, aventurera, e irresponsable, pues los caminos son mucho más difíciles que en Roraima. Kukenán es llamado por los pemones “Matawi-Tepuy”, término indígena que tiene varios significados: “Si subes te mueres”, “me quito la vida”, o “agua sucia”. Nosotros constatamos que nadie tomaba el camino al Kukenán. También indagamos sobre desapariciones de exploradores en su cima. Aunque se montaron operativos con los guardaparques de Canaima, apoyados con helicopteros, espeleólogos y hasta buzos ―pues hay allí, al igual que Roraima, hay ríos y pequeños lagos subterráneos― no encontraron a nadie...
Alex también sostuvo que existen “puertas de energía” en un sector de las paredes del Roraima, en una zona donde se pueden ver algunos símbolos que recuerdan el muro de Pusharo de Paititi. Y como no podía ser de otra forma, también se hallan “accesos” al mundo subterráneo a través de las cascadas. Uno de los principales, se encontraría en el Kukenán, tras la principal caída de agua. Pero como es de esperarse, a nadie se le ocurre siquiera intentarlo…
Arriba: Ricardo González con el grupo expedicionario Roraima 2009
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