Las Nubes de Magallanes
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Los astrónomos comprenden ahora una serie de indicios que sugerían un estatus más elevado para las Nubes. Para empezar, son mucho más brillantes que las otras galaxias satélites de la nuestra, hasta el punto de llamar la atención de observadores sin telescopio, como le sucedió al cronista de la expedición de Fernando de Magallanes, Antonio Pigafetta, quien señaló que estaban formadas por «muchas estrellas menudas agrupadas». Son brillantes porque están cerca y contienen muchas estrellas. Las otras galaxias conocidas que orbitan en torno a la Vía Láctea tienen un máximo de diez millones de estrellas. La Pequeña Nube de Magallanes tiene unos 3.000 millones, y la Gran Nube, quizá 30.000 millones.
Además, las Nubes no se parecen a las galaxias enanas esferoidales que giran en torno a la Vía Láctea y otras grandes galaxias espirales. Es probable que previamente fueran galaxias distantes y que sólo en tiempos recientes se han acercado lo bastante a nuestra galaxia como para que su campo gravitatorio les afecte. Antes de su actual encuentro con la Vía Láctea, la Gran Nube de Magallanes pudo haber sido incluso una espiral clásica, como la galaxia del Triángulo, o M33, que parece imponente pero en realidad no es mucho más masiva que la Gran Nube.
En 2006, un equipo de astrónomos usó el telescopio espacial Hubble para medir el movimiento de las Nubes de Magallanes, tomando como referencia los quásares del fondo, que se encuentran a miles de millones de años luz y constituyen por lo tanto un fondo aproximadamente estático en un universo donde nada está quieto. Las mediciones sugieren que las Nubes siguen unas órbitas alargadas y excéntricas, que quizá sólo las han acercado una vez a nuestra galaxia desde que se creó el universo.
La idea de que las Nubes sólo se nos habían acercado en una ocasión queda respaldada por el hecho de que ambas todavía contienen grandes cantidades del gas con el que se forman nuevas estrellas. Las galaxias satélites que orbitan en torno a otras mayores acaban cediendo su gas interestelar a la galaxia más masiva. Incapaces de formar estrellas nuevas, estos satélites se convierten en una especie de residencias para la tercera edad, pobladas de viejas estrellas sin envoltorio gaseoso. Con el tiempo, muchas de las enanas esferoidales que rodean la Vía Láctea serán canibalizadas por nuestra galaxia, como ya ha sucedido en el pasado.
En contraste con ese panorama, los astrónomos han observado que la Pequeña Nube sigue experimentando episodios de formación de estrellas, algunos de los cuales datan de los últimos cientos de millones de años. La Gran Nube, por su parte, es una activa fábrica de estrellas, en la que destaca la resplandeciente y roja nebulosa de la Tarántula, una gigantesca región de formación de estrellas situada a 160.000 años luz de la Tierra.
El resplandor rojizo de la Tarántula procede de lo que los astrónomos denominan gas hidrógeno excitado. El gas se excita por la potente luz de las estrellas gigantes, que arden con suficiente furor para agotar todo su combustible nuclear en pocos millones de años, en vez de los miles de millones de años que necesitan las estrellas más modestas como el Sol. Después explotan convertidas en supernovas. La estrella gigante azul que estalló como supernova en la región de la Tarántula la noche del 23 de febrero de 1987 captó la atención de los astrónomos de todo el mundo.
La Vía Láctea y las Nubes de Magallanes parecen destinadas a tener una relación más estrecha en los próximos eones. ¿Acabará su dinámica danza en una fusión? ¿O se limitarán las Nubes a venir, e irse, comportándose como una pareja que se reúne en el centro de la pista, cada 2.000 mi-llones de años para protagonizar un explosivo episodio de formación de estrellas? Nadie vivirá lo bastante para presenciar el destino de estas galaxias, pero antes o después los científicos descifrarán sus pasos de baile.
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